Bill Mantlo picoteó un poco en el mundo Marvel de Conan, además de este episodio escribió tres para Red Sonja que ya vimos, porque, aunque era un escritor todo terreno, Hibórea no le pega mucho. Sus historias son melodramas protagonizados por personajes raros, frágiles o trágicos. Poco hay más alejado de esto que una historia de Conan. No obstante Mantlo escribió el guión del nº 110 EE.UU. (5/1985) de La espada salvaje de Conan que se corresponde con el nº 48 Es. Un cómic que no es muy difícil de encontrar ya que se ha reeditado 3 veces (seguramente el cómic de Mantlo más reeditado en España) en tiradas amplias.
La historia que nos lega Mantlo es un relato fantástico de Terror que recuerda a los cuentos de Poe. Conan y una banda de bandidos perdidos en las altas y heladas cumbres de unas montañas genéricas se enfrentan porque el primero tiene un caballo y comida y los segundos sólo riquezas. La lucha termina con la victoria pírrica del cimmerio ya que en la lucha ha perdido caballo y comida. Así, Conan vaga condenado por las heladas y desoladas montañas hasta que, a punto de morir, es decir, tras cruzar el límite entre este y el Otro Mundo, ve un ejército de cadáveres (hoy diríamos zombis) que marcha en pos de la conquista de la Ciudad de la Vida (nombre que denota tanto una cualidad fantástica como dialéctica). El bárbaro, al estar más muerto que vivo, se une a él de tal modo que participa en el asalto, pero tras la retirada de los muertos queda moribundo en la ciudad así que es rescatado por sus moradores porque ven en el extraño, la característica típica del héroe mítico, la solución a su problema, la típica maldición por un pecado del pasado, el asedio de los muertos. La maldad de los progenitores cae sobre la cabeza de los hijos tal y como la de Atreo cayó sobre Agamenón y Menelao. Sin embargo la lucha está perdida porque los muertos recientes se unen a los muertos viejos de modo que con cada lucha el ejército de los vivos disminuye en la misma proporción que aumenta el de los muertos. El problema es pues irresoluble porque la maldición es ineludible. Cuando esto es comprendido los muertos triunfan pero su victoria es inútil pues, a pesar de haber conquistado la Ciudad de la Vida, la muerte no les abandona, quizás porque para ello la han destruido. Por tanto Conan es, como es norma en este tipo de relatos, el único superviviente de modo que el testimonio unipersonal oral sin pruebas no puede amenazar la realidad consensuada.
Que Mantlo optase por un argumento fantástico de Terror con muertos tradicional no es raro pues lo utilizó en Alpha Flight, en Red Sonja, en La Visión y la Bruja Escarlata, Rom (sus enemigos son fantasmas) o Los Micronautas (el barón Karza se convierte en un espíritu que no quiere morir). Así que podemos considerar que este fue el modo con el que llevó a Conan a su terreno ya que esta historia no es el típico relato del cimmerio pues en ella este es, como los protagonistas de Poe, Lovecraft o Kafka, el testigo pasivo canónico y no el acostumbrado agente o autor definitivo, su característica definitoria que le llevó a la fama. Esta heterodoxa opción no queda mal, a pesar de que el trabajo de Mantlo en "El ejército de los muertos" no es redondo, porque su potencial alegórico y trágico y su buena prosa compensan que el relato sea endeble. Así, queda un buen Mantlo que hace pensar que este hubiera roto como autor de no intervenir el Destino.
Lo dibuja G. Kwaspiz, un dibujante tosco dependiente de las fotos que no pega ni con cola con Conan ya que copia hasta los peinados de tal modo que todos su figuras, menos Conan, parecen tipos de los 80 disfrazados. Así pues el resultado es un tanto aberrante pero Mantlo lo redime, no sé si de forma consciente, pues su historia saca mucho partido al torpe realismo de Kwaspiz, le sienta muy bien al ejército de los muertos, y a sus personajes ochenteros, el cómic evoca a la típica película B de aquella época. Cine pa pobres que era el Cómic en sus inicios.
Concluyendo... El ejército de los muertos es una historia de Mantlo interesante y bien narrada con un aspecto mediocre pero pertinente cuyo elemento fantaterrorífico hace que se pueda releer siempre con gusto.